lunes, 10 de noviembre de 2008

Un poco de pesimismo...

Tal vez en aquel silencio, en aquella madrugada, en aquella noche negra en la que las almas se hundían cada vez un poco más, un poquito más, como sin darse cuenta, en el pozo de la desesperación; tal vez, en aquella ausencia de luz en que se había transformado su vida, él se plantease una última vez cuál era el auténtico motivo de todo aquello. ¿Acaso había infringido alguna ley intrínseca del Universo? ¿Había olvidado algún murmullo secreto, algún rumor, algún suspiro que escapase entre los engranajes del tiempo, buscando responder su confusión?.

O, tal vez, sólo por una vez, por una única, ínfima vez, un último segundo, un último parpadeo involuntario, ¿habría descubierto la dicha de la liberación, del saberse finito, de saber que todo aquello que parecía ahogarle yacía abajo, olvidado entre las centelleantes luces que ahora, cuando las miraba desde lo alto ya no asemejaban tiránicas, amenazantes expresiones de un mundo que jamás llegaría a comprender; sino mil reflejos de un prisma que distorsionaba la única realidad posible, que confundían la misma esencia del mundo? ¿Habría sentido por fin que todo gozaba de un sentido, de una dirección, que todo tenía su causa, su reacción, su lugar en el mundo?

Quiero creer que fue así. Quiero creer que encontró su vida con una sonrisa colgando de los labios mientras que se desplomaba hacia un vacío que nunca se había parecido tanto al abrazo de la loba del ocaso, quien, con su sonrisa eléctrica, recibía a uno de sus hijos en su seno nocturno para no dejarle ir nunca más, para no dejarle volver a un mundo que lo laceraba, que quemaba sus ansias. ¿Ansias de qué?, preguntaréis. De vivir.

Pero tal vez, sólo tal vez, os interese conocer el porqué. Habría estado encantado de contároslo. Después de todo siempre hay un porqué. Simplemente, él desconocía el suyo.

domingo, 2 de marzo de 2008

Un segundo pareció cruzar rapidamente ante sus ojos. Y luego otro... y, seguidamente, otro más. Pronto les persiguió un minuto, alocado, inadvertido y, aún siendo pequeño e insignificante, muy peligroso (muchas cosas pueden ocurrir en un minuto)... después otro... y, de nuevo, otro más... Al rato irrumpió la hora, devoradora ansiosa de los pequeños e insignificantes cazadores de segundos, una hidra de sesenta cabezas, aparentemente invencible e impercedera... pero que, sin embargo, muere irremisiblemente en el tic-tac de un pequeño mecanismo...

Y que fácil resulta no prestar atención a esa épica batalla que es el discurrir de nuestra vida.