lunes, 3 de septiembre de 2007



Una melodía a lo lejos. Ecos resonaban de sus notas. Silencio. Ella se levantó. Anciana. Sus pasos reverberaban en los cavernosos pasillos de la casa. Las sombras se recortaban bajo la luz de la luna tras las ventanas. Había estado tocando horas. Pero nadie la escuchaba. Hacía frío, pero nadie la abrazaba. Vivía sola en su casa. En una casa que durante el día brillaba, bajo la luz del Sol y el calor de la mañana. Pero cuando el astro se escondía, la belleza terminaba . Entonces la casa era sólo un recinto, muerto, sin palabras. Sin risas, sin esperanzas. Como el alma que ella consigo llevaba, solitaria y apesadumbrada.

Ella caminaba con Chopin aún en su mente, y el corazón le temblaba. “Tantas horas, tantas horas...” pensaba. “Tantas horas sentada tocando para la casa. Pero la casa no habla. Ojalá hubiese alguien que me escuchara”.

Entonces se giró. Alguien la observaba. Nada. Ella no lo veía pero percibía su mirada, como dos focos en la penumbra que la rodeaba. “¿Quién está ahí?” gritó. Nadie contestaba. Sólo silencio.

El crujir de una rama la sobresaltó. Giró y chocó contra su espía que silencioso la esperaba. Guardián de un secreto poderoso, el espíritu se la llevaba. Pues la muerte había llamado a su ventana. La había mirado y le había robado su alma. Y detrás había dejado su cuerpo anciano, llevándola a una vida nueva, a donde sólo los sueños alcanzan...
Sombra (S)